domingo, 17 de marzo de 2013

Arte por encima de todo... Lorca







Queridos amigos:
Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes, banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso organizado, aunque sea de buena fe. Además, esto es secreto, creo que banquetes y pergaminos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él".
Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y donde están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida. Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje ?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido.
Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la mayor alegría de mi corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral madrileña pedía a la gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada historia artística, lumbrera del teatro español y admirable creadora del papel, con la compañía que tan brillantemente la secunda, una representación especial para verla.
Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo notable de teatro. doy ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las más verdaderas gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.
El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama "matar el tiempo". No me refiero a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin solución.
Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro, y siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en lo más oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra, sino de profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización. Mientras que actores y autores estén en manos de empresas absolutamente comerciales, libres y sin control literario ni estatal de ninguna especie, empresas ayunas de todo criterio y sin garantía de ninguna clase, actores, autores y el teatro entero se hundirá cada día más, sin salvación posible. 


El delicioso teatro ligero de revistas, vodevil y comedia bufa, géneros de los que soy aficionado espectador, podría defenderse y aun salvarse; pero el teatro en verso, el género histórico y la llamada zarzuela hispánica sufrirán cada día más reveses, porque son géneros que exigen mucho y donde caben las innovaciones verdaderas, y no hay autoridad ni espíritu de sacrificio para imponerlas a un público al que hay que domar con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas ocasiones. El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad, porque el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas las sillas donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni enseñan ni dejan enseñar.
Al público se le puede enseñar, conste que digo público, no pueblo; se le puede enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace años, y he asistido después a las clamorosas ovaciones que un público popular hacía a las obras antes rechazadas. Estos autores fueron impuestos por un alto criterio de autoridad superior al del público corriente, como Wedekind en Alemania y Pirandello en Italia, y tantos otros.
Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y jerarquía de los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imaginación y la gracia del teatro, que es siempre, siempre, un arte, y será siempre un arte excelso, aunque haya habido una época en que se llamaba arte a todo lo que nos gustaba, para rebajar la atmósfera, para destruir la poesía y hacer de la escena un puerto de arrebatacapas.
Arte por encima de todo. Arte nobilísimo. Y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra "arte" en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra "comercio" o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor. 



No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de recibirlas. Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy un iluso. He pensado mucho, y con frialdad, lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo sé que la verdad no la tiene el que dice "hoy, hoy, hoy" comiendo su pan junto a la lumbre, sino el que serenamente mira a lo lejos la primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice: "Ahora mismo, ahora, ahora" con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice "Mañana, mañana, mañana" y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.

lunes, 11 de marzo de 2013


Este será el ocio de julio Cesar????????????
 

PARTIDA - Osvaldo Svanascini

-Porque es mejor elegir una manera de morir a cualquier hora del domingo -se dijo-.Y era cierto que en sus músculos ni la tarde cabía. Pero él estaba seguro de eso, lo mismo que de algunas otras cosas con las que poblaba su vida e incluso a veces trataba de evadirla. En las canciones melosas, a menudo llenas de alcohol y a pesar de su propia domesticidad, encontraba la fuerza para justificar su tristeza. Miró el reloj de arena y vio sus propios ojos, justo en la ampolla superior, ligeramente distorsionados, mientras el material dentro del vidrio caía sin relación con su manera de sentir la inquietud de la calma. Reparó sorpresivamente en el ventilador y el aparato le contestó sin vacilaciones, con un trepidar formado por convulsiones pequeñas, casi siempre cercanas a su rostro. Las paletas podían verse debatiéndose en la velocidad, con expresión invariable. Una expresión verdosa y acaso sibilina. Se dio cuenta de que aquel ventilador era simplemente un ser en mitad de la tarde y le habló con mesura, sin ocultar su vacío, su arrepentimiento y su lejana vitalidad. Mientras le hablaba, las otras cosas que navegaban en el estudio lo miraban no con aquella incipiente naturalidad que aparentaban sino con una fijación posesiva. Él escuchó una serie de sonidos imperfectos, aunque amalgamados entre sí, trabados gravemente, discutiblemente premonitores. Del piso crecieron las huellas que durante años fueron empujadas hacia la calle. El primero en contestarle fue el globo terráqueo, con voz gangosa y profunda y una oscilante aunque definitiva gravedad. Marcelo no pudo inmutarse ya que la voz partía de las costas de Australia y ningún árbol parecía moverse, aunque era evidente que la melancolía llegaba desde las llanuras petrificadas y de los montes aletargados bajo capas de nieve. Eso era por primera vez absolutamente suyo, con la misma familiaridad que había previsto desde bastante antes. Y con dulzura se fue deslizando hacia el suelo, tomó una avellana y se la colocó suavemente sobre la lengua, recordando nítidamente que su padre había muerto y que su madre se hallaba en aquel momento flotando en el río, con la cabeza hacia abajo y sus ojos justificando a los peces que ya se habían ensañado con sus párpados y sus amplias pantorrillas. -¿Acaso tengo la culpa? -preguntó a las campanillas asiáticas colgadas de la lámpara-. Pero Marcelo sabía que la tenía, y no estaba dispuesto a admitirla.
Sólo que al apretar dos veces el gatillo no oyó los estampidos y siguió caminando con su madre a su lado, o por lo menos con aquellos vestidos que formaban a su madre, silenciosos a esa hora, sin sufrir, sin siquiera distinguir lo que puede elegirse, sin admitir que otro ser puede acompañarnos porque no estamos dispuestos a admitirlo, aunque después nos cueste mantener su vigencia fuera de los caminos que nos conducen a la quietud. Marcelo optó por pinchar las yemas de sus dedos, advirtiendo que la sangre se hacía partícipe de sus creaciones y de sus mínimos sentimientos de duda. Y escuchó las palabras densas del fetiche de la isla de Pascua, deformado por las creencias, exhalando un vaho asimilable, mientras hablaba de los pobres de la tierra, sin inflexión, apenas deslumbrado por su particular justicia. Marcelo se vio rodeado de largos e informes pinos absolutamente cubiertos de ojos, pero no sintió el horror porque estaba habituado. Tomó de nuevo el revólver y marcó un número en el disco del teléfono. -Quiero que me envíe un mensajero -dijo al otro solitario de la línea.
Y esperó, convencido de que no podía suicidarse porque las leyes a veces pueden inundarle a uno aunque en ellas no exista particular gratitud. Preparó el revólver detrás del biombo con decoraciones doradas, ajustándolo a la silla, y ató el cordón al gatillo, pasándolo por delante del panel. Lo hizo con ligero temblor, recordando el origen de las figuras pintadas sobre las paredes, mirando las cosas y hablando con ellas, hasta sentir tedio y un neutro sentimiento de odio. Su padre había sido bueno, tanto como podía incluso olvidarse de serlo. Los bosques de pinos pueden también parecer frondosos y acaso tan quietos como lo desee el viento. Más tarde hizo entrar al chico y le explicó lo que debía hacer sin que el otro advirtiese el juego, a pesar de sus pequeñas vacilaciones o tal vez de su displicencia. Después se concentró en el ventilador, en el fetiche, en la jaula para grillos completamente sola, en el busto de Homero, en el barco en la botella y en las miniaturas. El chico sostuvo el cordón y oyó hablar a los objetos sin entender nada, borracho de normalidad, con las manos agitadas, pensando en su primo Mario, que había muerto debajo de una aplanadora: veía ahora su cara desierta en medio de la sala, sin darse cuenta de que lo hacía por primera vez. Inconscientemente pasó el cordón entre los dedos, mientras Marcelo esperaba detrás del biombo. El ventilador se quejó y Marcelo se dio cuenta. También sintió su voz. Le habló de soluciones capaces de animar la dimensión de las sombras y lo hizo en un tono memorable, auque sin interpretarlo debidamente. Las dos máscaras javanesas también se acercaron. Y él tembló, convencido de que en todo aquello no había defensa y se dejó estar, pretendiendo que había pasado mucho tiempo. Entonces, el frasco de las especies, empujado por las palabras, cayó en el piso y el chico, asustado, salió corriendo. El revólver disparó y Marcelo se tomó el pecho. -Es tan desigual...
-musitó-. Y casi, en seguida, entró la madre, con los ojos desorbitados y el vientre hinchado por el agua.

Fuente: SVABASCINI, OSVALDO, Retorno al día que se va.
 Buenos Aires, Editores Dos, 1969 (págs. 33-36)
fotografía: Wilson Zapata, del ajedrez en tornillos de ensamble de Julio Cesar  en la Cocina de Taller 7. Medellín