domingo, 15 de octubre de 2023

TEATRO CORTO la Obra de Teatro Zebra.

TEATRO CORTO. Teatro Zebra. Nace en Manrique y cumple 20 años de creación. Se expresa bajo la dirección general de Wilson Abad Zapata, regresa (después de 4 años) a los escenarios de Medellín y el mundo con su clásico TEATRO CORTO. sin pretensiones pero también sin importaculismos, después de experimentar hacer teatro para terceros, propagandas, campañas institucionales, engrosar las filas de otras cuadrillas de hombres y mujeres, guerreros y musas, poetas y obreros de la escena y ofrendar nuestra sangre, sudor, lagrimas, conocimiento, experiencias y muchas horas de trabajo en otras latitudes, escenarios e historias, nuestro equipo se reúne de nuevo; más viejitos es verdad... pero con hambre y rabia... hambre de mostrar nuevos autores, tantearnos en escena unos a otros para hacer un teatro que se desplaza por el filo de la espada... rabia creativa y misteriosa que nos convoca a instalarnos en el tiempo y el espacio que nos tocó vivir... rabia para tomar partido en este espacio y este tiempo aparentemente más cómodo y veloz… pero también más ajeno al dolor del prójimo, más encerrado en sí mismo… Más inhóspito y árido para el encuentro con la literatura, el dialogo, el movimiento, el silencio, la música, la luz y el color… EL TEATRO…

Los Autores de Teatro Corto


LOS AUTORES DE TEATRO CORTO… 

Como comenté en  la entrega pasada, por medio de TEATRO ZEBRA, tendré la responsabilidad de llevar a escena  cuatro dramaturgias, cuatro estilos, épocas y pensamientos diferentes, unidos en la puesta en escena  de TEATRO CORTO. "Ceremonia con-textual"

de TEATRO CORTO, podría decir que es una pieza  teatral cerrada, que busca dentro de si misma, que bebe de lo naturalista y asume riesgos, en la que entra en juego la energía emocional "personal" de cada actor y actriz para transformar su carácter y dejarlo dispuesto al azar de la situación y sus necesidades y de esta manera interpretar los personajes  propuestos por los autores.

  Pero bien,  cuando asistimos a teatro,  buascamos a alguien para evitar la molestia de ir solos, saludamos amigos                         que                      encontramos en el recinto, ingresamos a la obra, esperamos, nos dejamos atrapar o no, lloramos, nos reímos,   nos movemos y hasta nos aburrimos… cuando se va a teatro todo puede pasar, nunca se sabe nada. una vez terminada la función, una vez en la calle queremos tomarnos un café,  o una cerveza, caminamos, encontramos el sitio que nos gusta… y en fin… empezamos la cantaleta de si nos gustó o no la obra, si la disfrutamos o simplemente la analizamos, de acuerdo a nuestro criterio condenamos o ensalsamos a los actores y actrices que nos ofrecieron su trabajo, medimos el aceite del director sobre su inteligencia para hacer la puesta en escena… que la iluminación, que el sonido, que tal cosa, que tal otra.   En sintesis, hacemos papilla o nos maravillamos con la velada que acabamos de disfrutar… pero que pasa con los autores de las obras a las que asistimos?  Pocas veces nos preguntamos quienes son… de donde salieron, si están vivos o muertos… que interés insospechado los motivó a realizar sus obras…    No sé realmente porqué ocurre este fenómeno, lo cierto es que muchas veces al día siguiente de la función  ni siquiera recordamos el nombre del autor que nos deleitó o afectó la noche Anterior… Tampoco esto que escribo tiene finalidad alguna… pero por si alguno de ustedes quiere venir a ver nuestro espectáculo y no conoce nada de los autores que proponemos… le adelanto algo CORTO sobre sus biografías…
Los esperamos en la temporada.

El arte por encima de todo... Lorca.







Queridos amigos:
Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes, banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso organizado, aunque sea de buena fe. Además, esto es secreto, creo que banquetes y pergaminos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él". 


Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y donde están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida. Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje ?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido. 

Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la mayor alegría de mi corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral madrileña pedía a la gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada historia artística, lumbrera del teatro español y admirable creadora del papel, con la compañía que tan brillantemente la secunda, una representación especial para verla.
Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo notable de teatro. doy ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las más verdaderas gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.
El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama "matar el tiempo". No me refiero a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin solución. 

Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro, y siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en lo más oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra, sino de profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización. Mientras que actores y autores estén en manos de empresas absolutamente comerciales, libres y sin control literario ni estatal de ninguna especie, empresas ayunas de todo criterio y sin garantía de ninguna clase, actores, autores y el teatro entero se hundirá cada día más, sin salvación posible. 


El delicioso teatro ligero de revistas, vodevil y comedia bufa, géneros de los que soy aficionado espectador, podría defenderse y aun salvarse; pero el teatro en verso, el género histórico y la llamada zarzuela hispánica sufrirán cada día más reveses, porque son géneros que exigen mucho y donde caben las innovaciones verdaderas, y no hay autoridad ni espíritu de sacrificio para imponerlas a un público al que hay que domar con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas ocasiones. El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad, porque el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas las sillas donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni enseñan ni dejan enseñar.
Al público se le puede enseñar, conste que digo público, no pueblo; se le puede enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace años, y he asistido después a las clamorosas ovaciones que un público popular hacía a las obras antes rechazadas. Estos autores fueron impuestos por un alto criterio de autoridad superior al del público corriente, como Wedekind en Alemania y Pirandello en Italia, y tantos otros. 

Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y jerarquía de los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imaginación y la gracia del teatro, que es siempre, siempre, un arte, y será siempre un arte excelso, aunque haya habido una época en que se llamaba arte a todo lo que nos gustaba, para rebajar la atmósfera, para destruir la poesía y hacer de la escena un puerto de arrebatacapas.
Arte por encima de todo. Arte nobilísimo. Y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra "arte" en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra "comercio" o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor. 

No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de recibirlas. Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy un iluso. He pensado mucho, y con frialdad, lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo sé que la verdad no la tiene el que dice "hoy, hoy, hoy" comiendo su pan junto a la lumbre, sino el que serenamente mira a lo lejos la primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice: "Ahora mismo, ahora, ahora" con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice "Mañana, mañana, mañana" y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.



sábado, 18 de julio de 2020

Letras y Voces en busca de sentido. Podcadst.

https://anchor.fm/Abad%20Literario./episodes/Tercer-episodio-eglovv.

Todas las semanas estaré creando contenido para este espacio,  pensado para la voz, la reflexión y la busqueda de elementos que nos permitan allanar caminos de pensamiento hacia nuestro bien estar!!!

Los primeros episodios del programa, están dedicados a Víctor Frankl, psiquiatra que por medio de su Libro " El hombre en busca de sentido" nos narra las atrocidades que vivió en un campo de concentración.

Es un texto crudo y poetico... definitivamente revelador.

Durante todos esos años de sufrimiento, sintió en su propio ser lo que significa una existencia desnuda, absolutamente desprovista de todo, salvo de la existencia misma. Él, que todo lo había perdido, que padeció hambre, frío y brtalidades, que tantas veces estuvo apunto de ser ejecutado, pudo conocer que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida y que la libertad interior y la libertad humana son indestructibles. En su condición de psiquiatra y prisionero, Frankl, reflexiona con palabras de sorprendente esperanza sobre la capacidad humana de trecender las dificultades y descubrir una verdad profunda que nos orienta y da sentido a nuestras vidas.





miércoles, 9 de marzo de 2016

Carta abierta al plan de desarrollo de Medellín 2016 - 2019 desde la Cultura.


Buenos días,

A quien pueda interesar...

En réplica a la invitación que nos brindan para aportar ideas, sugerir líneas de pensamiento encaminadas a las construcción del plan de desarrollo 2016 -2019, desde nuestra perspectiva como entidad creativa y constructora de cultura y hechos relevantes para la formación intelectual de nosotros mismos y nuestro entorno, más que aportar al plan queremos realizar algunas preguntas que nos inquietan y de las que esperamos en el tiempo y la distancia surja alguna positiva respuesta…

Con la presente queremos acotar algunas inconformidades históricas vividas  por los grupos de teatro en Medellín, particularmente los que desarrollamos nuestra actividad  en el sector del centro,  cuyo destino debería  ser el foco cultural  de la ciudad. Estas situaciones se deben a la poca importancia que se le da al arte y a los artistas y su precaria visualización ante los organismos gubernamentales.

Llamamos la atención respetuosamente a la nueva e incluyente administración preguntándonos  si vamos a continuar a la espera  que alguna alcaldía  “voltee su mirada” a los grupos artísticos que sobreviven a la absorbente globalización; subsisten a suerte y filas de centenares de documentos detrás de un casual estímulo o beca de creación, o en el mejor de los casos una concertación de la sala…  esto es perverso: ¡El Arte no puede ser un asunto de voluntad política ni de lástima,  ni de caridad!; El Arte debe ser la bandera visible de cada pueblo, o por lo menos su herramienta fundamental para enfrentar estos tiempos de indiferencia y locura tecnológica.

Visualizamos con asombro y tristeza, como un nuevo poder económico y voraz se devora silenciosamente los espacios del centro de Medellín, por donde pasas encuentras un casino, un motel, miles de oficinas, sin mencionar los burdeles y diversas zonas de tolerancia, mientras se cierran teatros, librerías y centros culturales,  preguntamos entonces. ¿qué tipo de ciudad queremos construir?,  ahora que nos invitan a hacerlo juntos?
Desde su perspectiva  de la cultura inserta en la educación ¿qué tipo de oportunidades, opciones y espacios le quieren ofrecer  a los jóvenes, a los artistas, a los lugares de encuentro y al público en general de Medellín?

Como entidades culturales de pequeño y mediano formato, ¿Qué debemos hacer, cómo y qué estrategia desarrollar para ser tenidos en cuenta por su administración?  Y así planear juntos un futuro sin necesidad de concursos y apuestas viscerales en aras de obtener algún recurso, que desde luego son una herramienta coyuntural en el crecimiento y fortalecimiento del sector… pero que se queda corta en aportes, pues creemos que nuestra necesidad es de acompañamiento permanente, asistencia técnica e intelectual, aparte de lo económico, es vital que ustedes nos conviertan en sus aliados indispensables para poblar de pensadores y gentes capaces de generar un verdadero cambio social, desde el comportamiento individual hasta la realización de una plena vida comunitaria.

Nuestro afán hoy no es sólo cuestionar, sino también proponer, basados en la imperante necesidad de construir pensamiento creativo en una sociedad tan in equitativa como la nuestra.  Un plan de desarrollo se construye con la experiencia  aportada por las personas que en su diario vivir deben sortear mil dificultades esperanzados en una oportunidad de cambio, y como artistas ofrecemos nuestra historia en el ámbito de demiurgos artísticos, “condición de ser lentes de aumento”*.  Reiteramos que nuestra  sugerencia hacia ustedes se limita a invitarlos a cambiar su  voluntad y mirada hacia el teatro y su ejército de personas que no pueden cambiar el mundo, pero si dejar un panorama diferente y alternativo para las generaciones venideras.

Si nos conocieran mejor, si visitaran nuestras salas y disfrutaran nuestras obras… tal vez caerían en cuenta que  somos un ejemplo digno de mostrar a los visitantes, que debemos  hacer parte de la agenda cultural y las guías turísticas y los lugares visibles que se ofrecen diariamente a los miles de turistas que nos visitan, que podemos y debemos entablar un dialogo con el mundo a través de ellos y por medio de ustedes, no es que queramos convertir nuestros teatros en lugares de paso, y visita guiada tipo museo, pero  si nos parece importante que los visitantes tengan la posibilidad de conocer Medellín desde diferentes perspectivas, creemos no justo  cerrarles una de las arterias potentes, bellas y vivas  de la urbe, el Arte!

Ahora, desde el sector educativo; creemos que estamos sub utilizados, tanto en espacios como en personal,  pues las instituciones Educativas del sector, saben a ciencia  cierta que disponen de más de una veintena de salas de teatro y un millar  de artistas que habitan su arte en ellas,  debemos articular su quehacer formativo con nuestra fortaleza creativa, ya sea utilizando los espacios para hacer visitas, organizar talleres, disponer charlas, presentación de obras con descuentos y horarios diferentes a los del público general, y al contrario poblar las instituciones con nuestro talento y colaborar en la formación de nuevas rutas de pensamiento por medio de actividades artísticas, entre otro tipo de convenios. 

Sabemos que Medellín, no solamente debe ser intervenida desde sus vías e infraestructuras modernas,  y que la internacionalización de la ciudad nos conviene a todos, pero es necesario mirar a sus hombres y mujeres, a sus artistas y desde luego sus espacios de libre esparcimiento, mirar al ciudadano común y corriente  y ofrecerle como elevar su espíritu para alejarlo de la guerra, y cuando ésta de una vez acabe y vivamos en pos-conflicto, la inversión y apuesta por la cultura será grande de verdad, Medellín, la más innovadora del mundo respirará  por su gente y cobrará sentido  de una vez y para siempre  que nuestra ciudad sea elogiada como “la ciudad de la eterna primavera”



Wilson  Abad Zapata.

Dir. Ejecutivo.
Elemental Teatro

jueves, 22 de agosto de 2013

A proposito de "De la muerte sin exagerar..." de Elemental Teatro... ¡que historia la nuestra!

La violencia en Colombia. por Carlos Vidales. Estocolmo 1997.
 
 

La violencia en Colombia (I)

Escribí este trabajo como una contribución al debate en la Jornada de Reflexión sobre Colombia, que tuvo lugar en Estocolmo el día 26 de abril de 1997. Yo esperaba que estas líneas estimularan una discusión abierta, franca, fraternal y constructiva. Por desgracia no fue así. Mis opiniones fueron recibidas con tergiversaciones, provocaciones de índole personal y amenazas veladas. A pesar de esto, cada día recibo más y más manifestaciones de simpatía y comprensión, así como muchas opiniones que enriquecen y complementan mis puntos de vista. Por esta razón, creo de interés publicar estas notas.

Cuando se habla de "la violencia en Colombia" se corre el riesgo de emplear una fórmula que muchas personas entienden de muy diferentes modos. Unos piensan en los horribles crímenes del narcotráfico, con sus asesinos a sueldo o "sicarios", sus bombas y sus implacables atentados contra jueces, periodistas y políticos honrados. Otros piensan en los grupos paramilitares con las espeluznantes masacres, mutilaciones y torturas de sus víctimas que son casi siempre gente humilde del pueblo, trabajadores, campesinos, estudiantes, sindicalistas. Otros evocan las emboscadas guerrilleras, los atentados contra oleoductos y empresas extranjeras, los ajusticiamientos de "sapos" presuntos o reales y, últimamente, las ejecuciones en masa de personas desarmadas de diversa edad y condición. Otros, en fin, traen a la mente los secuestros, los robos, la delincuencia brutal de las ciudades y los campos, en un país que ostenta las más altas cifras de muertos por causas de violencia en todo el continente americano, con 40.000 víctimas cada año.
Pero sea cual sea la imagen que uno tenga en la mente cuando pronuncia la expresión "violencia en Colombia", quedan siempre en pie estos hechos terribles: en las ciudades y regiones más densamente pobladas del país, la primera causa de muerte es el asesinato o el homicidio y la segunda, el infarto cardíaco. Colombia tiene el récord mundial de secuestros, con un índice de un secuestro cada seis horas. Tiene también el récord mundial, en cifras absolutas, de refugiados internos (desplazados): más que Ruanda o Zaire, Bosnia, Afganistán, Kurdistán y Chechenia. Más del diez por ciento del total de periodistas asesinados en el mundo entero en los últimos cinco años, son colombianos. Colombia tiene el récord continental de asesinatos de maestros y solamente es superada en este flagelo, a nivel mundial, por Argelia. Colombia es el único país en el mundo que ha sufrido en un solo año (1989-1990) el asesinato de tres candidatos a la Presidencia de la República (Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro). Por si esto fuera poco, todos los expertos coinciden en pronosticar que el período pre-electoral 1997-98 será el más violento en toda la historia de Colombia.
Estos datos son, por sí solos, terroríficos. Pero toda su horrenda significación se pone al descubierto cuando se establece que cerca del 70 por ciento de todas las violaciones de los Derechos Humanos que se cometen en el país, son de responsabilidad de agentes del Estado colombiano, militares, policiales y paramilitares.
    (Aquí debo, por fuerza, hacer una precisión. Los representantes de una guerrilla colombiana en Suecia han protestado por la publicación de estas cifras porque, según ellos, lo que estoy afirmando en realidad es que la guerrilla de ellos es responsable del 30 por ciento de las violaciones de Derechos Humanos en Colombia. Su razonamiento es éste: "Si se dice que el 70 por ciento de las violaciones de Derechos Humanos en Colombia son de responsabilidad del estado, el 30 por ciento restante deberá por lógica ser responsabilidad nuestra. Por lo tanto, se nos está calumniando y en consecuencia se le está haciendo el juego a los paramilitares". Así lo han expresado públicamente, por consejo y asesoría de un viejo provocador profesional cuya labor consiste en sembrar odios y recelos entre los colombianos residentes en Suecia, a cambio de un sueldo que le pagan los inversionistas suecos en Colombia.
    Pero la realidad es otra. Si se dice que el 70 por ciento de las violaciones de los Derechos Humanos en Colombia son de responsabilidad del estado colombiano, se dice eso y nada más que eso, repitiendo simplemente lo que dice Amnistía Internacional en su informe de 1996, lo que dicen los juristas colombianos y lo que dijo en su oportunidad el Defensor del Pueblo, doctor Jaime Córdova Triviño. Del 30 por ciento restante nada se ha dicho por ahora. Pero no tengo ningún inconveniente en decir lo que me parece sobre ese punto: el 30 por ciento restante deben repartírselo entre la mafia del narcotráfico, la delincuencia común, los agentes de alguna potencia extranjera y los diversos grupos guerrilleros que operan en el país. Queda claro, entonces, que una de las guerrillas no es responsable por el 30 por ciento sino por menos. Y como no dispongo de cifras confiables al respecto, prefiero no decir nada en ese particular.)
Paralelamente Colombia tiene, igualmente, el récord mundial en cantidad de organizaciones independientes ocupadas en la defensa de los Derechos Humanos. Hay comités regionales y locales, organizaciones de abogados y centros que se especializan en la defensa de determinados grupos de la población, por su identidad étnica o cultural, por su actividad profesional, etc. Se pensaría que todos esos esfuerzos están coordinados a través de una red de solidaridad nacional e internacional que garantiza la más amplia defensa de los Derechos Humanos en Colombia. Pero, por desgracia, éste no es siempre el caso. Con frecuencia se observa una celosa desconfianza mutua entre los distintos grupos de activistas por los Derechos Humanos. La gran diversidad de estos grupos no parece obedecer a la necesidad de extender la solidaridad a todos los sectores de la población civil afectados por la violencia, sino más bien a la urgencia que tiene cada grupo de asegurarse para sí y sus allegados una defensa que los otros grupos no les ofrecen, por exclusión sectaria o por otras razones ideológicas o políticas. En otras palabras, la enorme diversidad y dispersión, la falta de unidad y de coordinación en los trabajos por los Derechos Humanos, no son sino el reflejo de la trágica dispersión, división y fraccionamiento de las fuerzas y corrientes políticas del pueblo colombiano.
A esta dispersión, caracterizada por la desconfianza recíproca, el recelo y la endurecida negativa de unos y otros a asumir tareas conjuntas en bien del pueblo, contribuyen los agentes provocadores del estado, dentro del país y en el exilio. Estos agentes se infiltran en organizaciones de izquierda, siembran la división, la arrogancia sectaria, la política del aislamiento y del desprecio hacia los demás, exacerban la desconfianza mediante calumnias y rumores, manipulan los sentimientos de personas honradas que han sido perseguidas o torturadas y crean un clima de recelos y de odios personales que solamente conviene y trae beneficios a los enemigos del pueblo. Y una vez que han cumplido estos objetivos, salen frescamente de las organizaciones de izquierda donde han actuado, aduciendo "discrepancias ideológicas" y corren a recibir su salario de Judas, que en ocasiones se disfraza de "apoyo a la investigación" pagado por las empresas extranjeras que tienen inversiones en Colombia y que se lucran de la masacre diaria del pueblo colombiano.

Ahora bien, la violencia que se ejerce en Colombia es principalmente una violencia sistemática y generalizada contra la población civil. Se mata individualmente o en masa a estudiantes, trabajadores, campesinos, colonos, indígenas, amas de casa, ancianos y niños. Es una violencia que se aplica con sadismo y con rituales de bestialidad horripilantes. Los niños son degollados en presencia de sus padres. Se arrancan los ojos y los órganos internos a campesinos y obreros. Se despedaza a machete el feto en el vientre de su madre. Se hace todo esto para "castigar" los delitos reales o supuestos del marido, del hermano, del padre o del tío, o para "hacer justicia", porque a uno le han hecho lo mismo en su hermana, su hijo o su madre. Detrás de todos estos horrores no hay una guerra sino muchas guerras superpuestas, muchos odios transmitidos y ejercidos de generación en generación. Los individuos armados y organizados, sea en las fuerzas militares del estado, sea en las guerrillas, sea en los grupos paramilitares o en las organizaciones criminales, ciertamente combaten y tienen sus muertos y sus heridos. Pero esas bajas son una pequeña parte del total de muertos y heridos en el proceso de la violencia colombiana. Como en Ruanda, la enorme mayoría de las víctimas de la violencia en Colombia son gente desarmada y pacífica, son población civil.

(Aquí va otra aclaración. Se me ha dicho que "la población civil no existe". Según esta nueva teoría, todos los colombianos son combatientes en una guerra no declarada. Los defensores de esta posición, digna de Pol Pot, han confundido el concepto discutible de "sociedad civil" con el concepto universalmente reconocido de "población civil", es decir, la parte de la población que no lleva armas, que no participa en enfrentamientos armados, y que desde hace más de dos siglos tiene derechos reconocidos por las normas y códigos de guerra en Occidente. Negar la existencia -y por ende los derechos- de la población civil, significa automáticamente justificar, legalizar, aceptar los crímenes y las masacres cometidas por los paramilitares y por otros grupos armados en contra de campesinos pacíficos, mujeres, niños y ancianos. Significa justificar el genocidio, los crímenes contra la humanidad.)
Al mismo tiempo, al lado de la sociedad ensangrentada, funciona otra Colombia: en importantes regiones del país se trabaja y se vive en una relativa calma, las grandes empresas nacionales y extranjeras recogen enormes ganancias y el movimiento sindical, marcado por la división y por una cierta inercia, parece haberse conformado con los salarios mínimos, la extrema pobreza y la superexplotación de la fuerza de trabajo. La violencia desatada y la paz del conformismo coexisten en la misma nación de mil modos increíbles. Se convive con la muerte y con la fiesta, se trabaja con ahínco y se hace vida social intensa sin dejar de desconfiar de todo el mundo y sin hacerse muchas ilusiones. En cualquier momento puede pasar lo peor, pero se trata de vivir lo mejor posible.
¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? ¿Cuáles han sido los factores que han convertido al Estado colombiano, independientemente de sus sucesivos gobiernos transitorios, en una máquina de asesinar ciudadanos? ¿Cómo es posible que una nación latinoamericana, de estructura republicana, tenga simultáneamente el récord de asesinatos y los mejores rendimientos e índices macroeconómicos de la región?

Las injusticias sociales
Desde ya quisiera mencionar el factor que, en mi opinión, constituye la base fundamental y la fuente primaria de la violencia colombiana: la empecinada injusticia social, ejercida con feroz intolerancia por las clases dominantes del país desde los orígenes mismos de la república. Esto significa que, a mi entender, lo que ha producido y sigue produciendo tantas muertes en el país no es una supuesta "cultura de la violencia" que nos haría algo así como un pueblo diferente de nuestros vecinos, sino que han sido las desigualdades, las discriminaciones, las humillaciones, las postergaciones y las marginaciones a que se ha sometido a las mayorías nacionales, al pueblo raso, a lo largo de la historia del país, lo que constituyen la causa fundamental de nuestra violencia.
Los individuos y grupos que iniciaron, dirigieron y financiaron la empresa de la independencia, se consolidaron en el poder al amparo de una política que implicaba tres estrategias entrelazadas e indisolubles:
    1. Culminación de la obra de la conquista: despojo definitivo de las poblaciones indígenas (en algunos casos, exterminio total de esa población) y sometimiento absoluto de todas las clases y estamentos "inferiores";

    2. Establecimiento de una república oligárquica, antipopular, autoritaria;

    3. Integración del país al mercado internacional y a los intereses de sus fuerzas dominantes, el gran capital industrial, minero y mercantil.
A la sombra de ese "desarrollo" se han forjado, a lo largo de casi dos siglos de injusticias clamorosas, odios terribles que se cobran cada día en los campos y en las ciudades del país, aunque con frecuencia ni las víctimas ni los victimarios tengan clara conciencia de ello.
Muchos grupos y sectores explotados entendieron o intuyeron, desde el primer momento, que la "independencia" era un asunto de los señores hacendados y de los grandes comerciantes. Los negros de la costa colombo-venezolana se alzaron en armas para luchar por el rey de España y en contra de la emancipación. En los valles y montañas del sur, en Pasto, en el Cauca, en las llanuras del Huila y en la montaña antioqueña, millares de pequeños agricultores y colonos combatieron ferozmente contra los ejércitos de la Gran Hacienda. La guerra social se extendió por todo el territorio de lo que más tarde se llamaría "La Gran Colombia" pero de esto solamente ha quedado constancia documental en la provincia venezolana y en algunas regiones del sur de Colombia.

Paralelamente, los ejércitos libertadores organizados con tenacidad sobrehumana por Simón Bolívar, aplicaron la Guerra a Muerte en Venezuela y Colombia, desde 1813 hasta 1820. Durante esos siete años no se hicieron prisioneros ni hubo sobrevivientes entre los vencidos de una batalla o una escaramuza. Todos los españoles capturados por los patriotas eran pasados por las armas. Todos los patriotas capturados por los españoles eran pasados por las armas. Se arrasaban pueblos enteros, incluyendo ancianos mujeres y niños. No se hizo distinción alguna entre los combatientes y la población civil. En Pasto, Simón Bolívar dio orden de lanzar al abismo, desde las alturas de la cordillera, a centenares de muchachos adolescentes cuyos padres habían expresado su oposición a la independencia. En esa misma región se ofreció amnistía absoluta a las partidas guerrilleras campesinas que entregaran sus armas, y una vez obtenida la paz se procedió a exterminarlas implacablemente. Detrás de esta felonía había una clara conciencia de clase: se trataba de la lucha de la gran hacienda contra el minifundio, de los señores contra la plebe, de una estrategia de autoridad contra una expresión de libertad.
    (Otra aclaración debe hacerse aquí, para eludir equívocos y tergiversaciones. Las masacres de los pastusos están documentadas en las cartas de informes que los oficiales en campaña dirigían al Libertador. Pero constatar el horror de la Guerra a Muerte o las infamias cometidas contra los pastusos no significa en modo alguno negar que Simón Bolívar es la figura más grande y esclarecida de nuestra independencia y que sus méritos militares, políticos y morales sobrepasan con exceso sus errores, su gestos autoritarios y sus injusticias. Inútilmente se me podría exigir una posición de servilismo incondicional frente a ese hombre extraordinario, ocultando hechos ya comprobados por la historia, así como tampoco se me podría acusar de ser un "enemigo" de Bolívar por el hecho de respetar la verdad histórica.)
Por una de esas ironías terribles de la historia, las masas oprimidas terminaron apoyando a los señores libertadores, no porque éstos hayan hecho concesión alguna en materia de justicia social, sino porque los ejércitos españoles de la Reconquista cometieron crímenes y masacres tan horrendos que se ganaron el odio de los mismos pueblos que los habían apoyado en un comienzo.

La herencia de la emancipación
Como en la mayoría de las nuevas repúblicas latinoamericanas la emancipación creó, o desató las fuerzas y preparó las condiciones de las guerras civiles que sacudieron a la sociedad durante los primeros decenios de vida institucional. Clericalismo contra librepensamiento, tradición contra renovación, proteccionismo contra librecambio, autoritarismo contra democracia, federalismo contra centralismo. Todas esas fueron, de una o de otra manera, luchas en el interior de los grupos y clases dominantes, que si bien arrastraron a todas las clases sociales en las turbulencias de las guerras civiles, no pretendieron nunca resolver el problema fundamental: la suerte de esa enorme cantidad de grupos étnicos y sociales oprimidos, superexplotados, discriminados, marginados y despreciados a los que llamamos aquí, de manera genérica, el pueblo trabajador.
La violencia de la guerra emancipadora había destruido casi totalmente a las clases cultas, letradas, del último período colonial. Los mejores exponentes de la intelectualidad colombiana se consumieron en esa hoguera. Pero en cambio se creó una nueva oligarquía de hacendados, guerreros, comerciantes, leguleyos de provincia, aprendices de legisladores, todos unidos por complicadas redes de compadrazgos, negocios y matrimonios entrelazados hasta el infinito. Esa nueva nomenclatura se encargó de mantener silenciados los reclamos populares a cualquier costo. Las peticiones eran atendidas con balas. La represión brutal fue el único idioma que se habló con las clases trabajadoras.
Aquí es preciso hacer un alcance. La Guerra a Muerte decretada por Bolívar en 1813 contra los españoles afectó, según la letra del decreto, a la provincia venezolana. Pero se aplicó de hecho también en territorio colombiano. Cuando la guerra fue regularizada por los tratados de 1820, la Guerra a Muerte cesó de hecho y de derecho en la provincia venezolana, pero continuó aplicándose de hecho en Colombia. Los Tratados de Regularización de la Guerra, que fueron fruto de arduas negociaciones entre Simón Bolívar y el Pacificador Morillo, se vieron siempre entorpecidos por las iniciativas particulares de muchos oficiales de ambos bandos, que continuaban ejecutando militares y civiles a discreción. Como la oligarquía dirigente local no había querido formalizar jamás, "por razones humanitarias", una guerra de exterminio que no tenía ningún inconveniente en aplicar sistemáticamente, siempre que no se hablara de ella, tampoco se sintió obligada a dejar de practicar estos métodos. Tal fue el triunfo de la arbitrariedad y de la hipocresía políticas. Francisco de Paula Santander, el prócer que en nuestro país ha recibido el nombre de "El Hombre de las Leyes" se caracterizó por ordenar fusilamientos sin fórmula de juicio, sin proceso alguno, ni siquiera sumario, y se complacía en organizar personalmente la puesta en escena de las ejecuciones, que se realizaban en la Plaza Mayor, a pocos metros de su despacho presidencial.

Esta disposición arbitraria de la vida ajena ha sido, desde aquellos días, una constante de la vida nacional. No puede sorprender, entonces, que en Colombia siga aplicándose aún hoy, en campos y ciudades, la guerra a muerte que dejó de tener vigencia en Venezuela en 1820.











La violencia en Colombia (II)

Antes de iniciar esta segunda parte, debo agradecer a la Embajada de Colombia en Estocolmo por la gentileza de enviarme abundante material informativo sobre los esfuerzos del actual gobierno en pro de la paz y de los derechos humanos en el país. Verdaderamente, la sola lista de iniciativas de la Presidencia de la República en esta materia es impresionante. Por desgracia, más impresionante aun resulta constatar que a pesar de tan autorizados esfuerzos la matanza continúa en Colombia, a un ritmo de 45.000 muertos por año. Esto parece confirmar la tesis principal de este trabajo: la violencia colombiana, con participación activa del estado y sus agentes, se realiza al margen de la buena o mala voluntad de sus gobernantes transitorios.


Los caudillos

La fragmentación regional, los intereses locales y las luchas por el reparto del poder dieron lugar al surgimiento de los grandes caudillos militares, que en Colombia se llamaban a sí mismos "Los Supremos". Eran jefes endurecidos en las guerras de la independencia, propietarios de inmensos latifundios, dueños y líderes de sus propios ejércitos particulares, que se organizaban con los peones de sus haciendas y con los peones que aportaban los grandes compadres del caudillo, sus favorecidos y socios en el manejo de la red regional de poder. Las definiciones ideológicas, en nombre de las cuales se organizaban guerras civiles que degeneraban en sangrientas carnicerías, no eran tan importantes como parecían a primera vista. Un caudillo podía matar miles de hombres en nombre del ideal liberal, pero en la siguiente guerra civil estaba masacrando con igual frenesí, en nombre de la causa conservadora y de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana.
La práctica de cambiar de principios como quien se cambia la camisa se había introducido en las guerras de la independencia. Bastará recordar que el general José María Obando fue un oficial realista que hizo la guerra contra los patriotas de manera sádica e implacable hasta 1821, es decir, hasta dos años después de la batalla de Boyacá. Bolívar lo recibió con los brazos abiertos cuando Obando se convenció de que era buen negocio cambiar de partido. Años más tarde, Obando se presentaba a sí mismo como el campeón de la libertad y llamaba a Simón Bolívar "el tirano". Bolívar murió solo y despreciado, camino del destierro, pero Obando vivió lo suficiente para llegar a la presidencia de la república como héroe de las ideas liberales y, más tarde, morir asesinado por otros "campeones de la libertad".
El asesinato político fue establecido por estos caudillos como una forma natural de la lucha por el poder. Asesinado fue el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, quien debía suceder a Bolívar en 1830. Asesinado fue el general José María Córdova, estando indefenso y prisionero. Asesinados fueron, a lo largo de las guerras civiles, innumerables caudillos liberales y conservadores, radicales e independientes. A comienzos de este siglo, el gran caudillo liberal y masón, Rafael Uribe Uribe, jefe de las huestes liberales en la Guerra de los Mil Días (1899-1902), no encontró la muerte en los campos de batalla sino en pleno centro de Bogotá, al lado del Congreso Nacional, cuando dos asesinos a sueldo le despedazaron la cabeza a hachazos.
El general Tomás Cipriano de Mosquera es el ejemplar más perfecto del caudillo colombiano: cambió de partido varias veces, organizó varias guerras civiles y conquistó la presidencia de la república cuatro veces. Cada vez que entraba triunfante en la capital organizaba fusilamientos a su antojo. Tenía la mandíbula inferior de plata porque un cañonazo le había barrido la cara en una de sus asonadas. Mantenía una oficina de compra de armamento en Nueva York, que funcionaba a tiempo completo en los períodos de paz, intervalos que en Colombia han sido siempre los períodos de preparación de la siguiente guerra. Naturalmente, Tomás Cipriano de Mosquera es el único prócer que tiene una estatua en el patio principal del Congreso de la República.


La expansión interna
La expansión interior, la conquista de la frontera interna, fue un proceso bastante violento en todos los países latinoamericanos. Pero en la mayoría de ellos fue un proceso que había completado su ciclo hacia 1890. En Argentina, la Conquista de la Pampa significó el exterminio de la población indígena, que se cumplió en el curso de dos décadas. En Uruguay bastaron unos cuantos meses para hacer desaparecer los restos últimos del pueblo aborigen. En Chile, por razones del original desarrollo económico del país, se realizó primero una violenta expansión externa, conquistando y anexando enormes territorios peruanos y bolivianos. Solamente después de haber asegurado sus conquistas hacia el norte, el estado chileno llevó a término la conquista de la frontera interna, sometiendo a los mapuches de la Araucanía.
En Colombia, la expansión interna no ha concluido. Las primeras regiones de colonización fueron, en la época colonial, los territorios del noreste. Allí hubo intensa violencia hasta mediados del siglo 18. Luego se intentó la colonización del Tolima y la provincia de Mariquita (Caldas), proceso que se cumplió entre 1800 y 1850 aproximadamente, para dar paso a la gran colonización antioqueña, que movilizó tantas fuerzas durante la segunda mitad del siglo pasado. Las violencias sucesivas de este siglo han creado oleadas de colonización en las selvas del sur (Vichada, Vaupés) o en regiones semiselváticas de gran productividad como el Caquetá. Los Llanos orientales, lindantes con Venezuela, sufrieron un intenso proceso de poblamiento durante la Gran Violencia de los años 50 y allí surgieron las primeras "repúblicas independientes" de la historia nacional, cuando los grandes líderes guerrilleros liberales (Guadalupe Salcedo, Eliseo Fajardo, Dumar Aljure) establecieron territorios autónomos con democracia directa y leyes propias.
En estos mismos momentos se están creando condiciones para una nueva oleada colonizadora, ya que la violencia ha producido cerca de un millón de desplazados que ejercen una enorme presión demográfica en regiones y provincias ya debilitadas por violencias anteriores. Esto conducirá, sin duda, a fuertes movimientos de migración interna y a nuevas conquistas de las inmensas fronteras interiores del país.
Las sucesivas colonizaciones han impulsado el mestizaje múltiple del pueblo colombiano, enriqueciendo su diversidad cultural. Pero también han significado una expansión de la violencia y, en los últimos decenios, un gran aumento de las áreas de cultivos ilegales (coca y amapola) que, como voy a mencionar más adelante, constituyen otro de los grandes factores de la violencia colombiana.


Las guerras civiles
Como ya he señalado, las guerras civiles significaron, en Colombia, una continuación de la Guerra a Muerte, casi sin interrupción, desde la disolución de la Gran Colombia hasta 1861. En ese año comenzó a tomar cuerpo, por primera vez en la historia republicana, un acuerdo de los partidos para respetar la vida de los prisioneros de guerra y de los heridos en el campo de batalla, que hasta ese momento habían sido sistemáticamente sacrificados. Existen al respecto anécdotas horribles. En alguna de las numerosas guerras civiles regionales, un jefe militar introdujo el sistema del "fusilamiento a machete": si el prisionero no disponía de los dos pesos que costaba la munición para fusilarlo, se le mataba a machetazos. En otra de esas carnicerías, los caudillos militares de ambos bandos decidieron sacrificar no solamente a los prisioneros y heridos del bando contrario, sino también a los heridos del propio bando que no pudieran caminar por sus propios medios. El pueblo colombiano, los campesinos, artesanos, estudiantes, indígenas, masas empobrecidas reclutadas a la fuerza en estas orgías de sangre, no han tenido otra escuela que ésta durante más de siglo y medio. Esto es lo que las oligarquías han enseñado, esta ha sido la educación cívica del pueblo trabajador.
Entre 1810 y 1824 sufrimos las guerras de la independencia.
En 1829 estalló la guerra en Antioquia, dirigida por el general Córdova.
En 1830 tuvimos una guerra breve contra el Perú y numerosas guerras civiles regionales.
En el período 1839-41 se libró la horrenda "Guerra de los Supremos". Entre 1843 y 1850 hubo incontables asonadas y motines locales y regionales.
En 1851 se alzaron en armas los esclavistas para impedir la abolición de la esclavitud y para derrocar al presidente José Hilario López, quien además de decretar la libertad de los esclavos apoyó a las organizaciones de artesanos y realizó la primera Reforma Agraria en la historia del país.
En 1854 el general José María Melo dio un golpe de estado apoyado por los artesanos y las Sociedades Democráticas, lo cual produjo un levantamiento general de la oligarquía. El baño de sangre concluyó con fusilamientos en masa de artesanos y el destierro de más de dos mil de ellos a las regiones inhóspitas del Darién.
En el período 1859-62 tuvimos otra guerra (mejor dicho, muchas guerras provinciales entrelazadas en una sola gran conflagración) cuyo resultado fue el triunfo del federalismo, afianzado a sangre y fuego en la terrible guerra de 1876-77.
Los excesos del sistema federal condujeron a la reacción que se conoce con el nombre de "Regeneración Nacional", movimiento liberal-conservador que se impuso en la guerra de 1884-84 y que implementó la Constitución de 1886, vigente en Colombia hasta 1991.
En 1895 se libró una breve pero muy sangrienta guerra civil, que debe ser vista como el preludio de la inmensa conflagración de 1899-1902 (Guerra de los Mil Días).


La Guerra de los Mil Días
La Guerra de los Mil Días abrió en el país una herida que no se ha cerrado. En ella se aplicaron sistemáticamente los métodos de exterminio de pueblos enteros. Durante tres años fue saqueado el campo colombiano, dejando agotados los recursos naturales y humanos de la nación. La ocasión fue aprovechada por nuestros amigos del Norte para darnos prueba de su amistad en el istmo de Panamá. Las cañoneras norteamericanas impidieron a la flota colombiana desembarcar en tierra panameña y la independencia de Panamá se consumó por obra y gracia de la estúpida política de la oligarquía colombiana, unida a la felonía yanqui.
Al comenzar el siglo, la hegemonía conservadora impuso un régimen muy represivo, tanto en lo material como en lo espiritual. Se intentó imponer un modelo de desarrollo que en muchos aspectos evoca la dictadura de Porfirio Díaz en México, pero que en Colombia estuvo marcado por el servilismo más absoluto a los caprichos más retrógrados del Vaticano y la Iglesia Católica. El naciente movimiento obrero fue reprimido con ferocidad. Fueron frecuentes las huelgas heroicas, con balaceras y muertos. Durante la década de los años 20 se crearon sindicatos textiles, ferroviarios, de la alimentación, de los petroleros, de las bananeras. Muchos de ellos fueron organizados por mujeres. Los pioneros de la organización proletaria fueron anarquistas, socialistas, comunistas. En 1928 se produjo la horrible matanza de las bananeras, con casi dos mil víctimas, y esto causó el inicio del derrumbe de la hegemonía conservadora, pero también el punto de partida del moderno populismo colombiano. En efecto, el joven parlamentario liberal Jorge Eliécer Gaitán tomó la bandera de la lucha contra la United Fruit y del castigo a los asesinos de las bananeras, ganó el proceso parlamentario y luego el proceso penal, logró la expulsión de la United Fruit del país y dio con ello comienzo a una impresionante carrera política de lucha contra las oligarquías.


La república liberal
El régimen conservador fue derrotado en las elecciones de 1930 y así se inició el período de la República Liberal.
La presencia del movimiento gaitanista obligó al partido liberal a radicalizar sus posiciones. Toda la década del 30 fue de incontenible ascenso del movimiento popular. Tanto el gaitanismo como el Partido Comunista (fundado en 1930) crecían de manera sostenida. Las asociaciones campesinas organizadas por los comunistas chocaban a veces con las ligas campesinas de Gaitán, pero era también frecuente que realizaran acciones conjuntas. En esa década hubo dos movimientos armados en el agro: el que organizó en 1932 el entonces secretario general del Partido Comunista, Luis Vidales (mi padre) en el norte de Cundinamarca, centro-sur de Boyacá y centro del Huila; y el que dirigió el líder indígena Quintín Lame en las cordilleras del Cauca. Pero además tuvimos una guerra internacional (con el Perú) que desangró la economía nacional y produjo daños muy graves en las relaciones entre los dos pueblos.
Entretanto, la "Revolución en Marcha" impulsada por la dirección del partido liberal intentaba reformas importantes. Aunque la gran jefatura oligárquica de ese partido seguía siendo reacia a los cambios, Gaitán había movilizado a las bases obreras y campesinas, así como a muchos dirigentes regionales y provinciales. Se reglamentó la propiedad de la tierra, señalando su función social. Se dictaron las leyes del trabajo. Se garantizó el derecho de asociación. Los arrendatarios del campo y minifundistas tuvieron instrumentos para enfrentarse, por primera vez, al gran latifundio.
Pero la República Liberal terminó empantanada en la corrupción de sus gobernantes. Los escándalos se sucedían en la prensa y la radio, mientras el abismo entre los oligarcas liberales y el movimiento gaitanista se iba haciendo más profundo. Después de áspero debate parlamentario contra el presidente López Pumarejo, la oligarquía liberal logró dividir al propio partido para impedir el triunfo de su propio candidato popular. Con dos candidatos, el liberalismo perdió frente a un candidato conservador único. Pero entonces, en la perspectiva de las elecciones siguientes, quedaban solos en la arena política dos gigantes capaces de movilizar enormes masas: el liberal Jorge Eliécer Gaitán, populista, muy radical, extraordinariamente honesto y muy progresista; y el conservador Laureano Gómez, "El Monstruo" fanáticamente tradicionalista, pro-franquista, excelente orador y temible polemista.

La violencia en Colombia (III)

En esta tercera parte he intentado mostrar de un modo muy somero los principales acontecimientos que han enmarcado la violencia colombiana desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (abril de 1948) hasta los inicios del Frente Nacional (1957).


La Gran Violencia
Fotografía tomada en una vereda de
Boyacá en 1946. Los asesinatos
individuales ya habían comenzado a
disminuir y comenzaba el período de
las matanzas colectivas.
Hacia 1945 comenzó a perfilarse la estrategia guerrera de la reacción conservadora. Al amparo de la doctrina Truman, que preconizaba el enfrentamiento inevitable con la Unión Soviética al finalizar la Segunda Guerra Mundial, comenzó a aplicarse un plan de violencia "de baja intensidad" en los campos y pueblos. Se trataba de impedir el triunfo electoral de Jorge Eliécer Gaitán, desmovilizar a las masas campesinas, anular la capacidad de resistencia del pueblo y recuperar el control de la tierra para el gran latifundio. En 1946 comenzaron a operar las partidas de "Chulavitas" (llamadas así por el nombre de la vereda campesina donde se organizaron primero) encargadas de quitarle la cédula de identidad a cada campesino liberal, por la razón o la fuerza. Como la cédula era un documento indispensable para votar, se trataba de impedir la votación del campesinado gaitanista. Pero en realidad la estrategia era más profunda: se trataba de iniciar la violencia generalizada "por abajo", por el campesinado pobre, de manera que cuando llegara a los "notables" fuera ya demasiado tarde para responder. Después de todo, en Colombia siempre se ha estado hostigando a los campesinos sin que a los notables de los pueblos y ciudades les importe mucho.
Esta estrategia fue tan eficaz, que todavía hoy muchos historiadores sostienen que la Gran Violencia comenzó en 1948, con el asesinato de Gaitán. Pero cuando Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, el 9 de abril de 1948, ya la violencia había cobrado miles de víctimas en los departamentos de Boyacá, Santander, Cundinamarca, Huila, Tolima y Valle del Cauca, y comenzaba a dejar su huella sangrienta las regiones cafeteras.

Jorge Eliécer Gaitán

Nueve de abril de 1948, 14:00. Un equipo
de médicos intentó salvar la vida de Gaitán,
pero todo fue inútil. Mientras la muchedumbre
descuartizaba al asesino, Luis Roa Sierra,
en la calle, Gaitán moría en la Clínica Central.
El asesinato del líder popular produjo una violenta insurrección en la capital (el "Bogotazo") en momentos en que se celebraba la Conferencia Panamericana. En muchas ciudades y pueblos del país se formaron juntas revolucionarias y hubo momentos en que se creyó que el gobierno iba a caer. Los Estados Unidos debieron enviar tropas desde Panamá para afianzar al régimen. Pero el gaitanismo no había creado estructuras políticas sólidas, capaces de enfrentarse a la inmensa tarea de la toma del poder. Y así como las fuerzas del gobierno no podían restablecer el orden en todos los rincones del país, tampoco las fuerzas populares podían imponer el suyo ni crear nuevos mecanismos democráticos para el manejo de los territorios bajo su control.
Bien pronto se diluyó el ímpetu revolucionario de las masas y el país quedó a merced de la violencia generalizada, sin dirección central y sin estrategia, de dos pueblos enfrentados por el odio: el pueblo liberal y el pueblo conservador.
Porque la violencia fue popular. Participaron en ella hombres, ancianos, mujeres y niños. La lucha fue muy desigual e irregular, porque al lado de las masacres de población civil cometidas por población civil, hubo masacres cometidas por militares disciplinados, por bandas paramilitares conservadoras y por guerrillas liberales.

Bogotá en ruinas, después del 9 de abril.
La Catedral, al fondo, y la histórica
Casa del Florero,
en la esquina, lograron salvarse de las llamas.

Las masacres de niños se repetían
día a día. Había que exterminar al
"enemigo" en la cuna.
En ese período trágico de nuestra historia (1946-54), los colombianos cometimos todas las atrocidades que nos habían enseñado los caudillos oligárquicos del siglo pasado: mutilaciones, decapitaciones masivas, descuartizamientos, en fin, todo lo que el lector pueda imaginar y mucho más que no puede imaginar. El país se agotó en rituales de sadismo y horror.
Pero esto también fue el punto de partida de una nueva forma de violencia. Ya en 1946 un dirigente campesino comunista había comenzado a organizar grupos de autodefensa armada para proteger a la población civil de su región de los horrores que se venían cometiendo en el país. Este dirigente abandonó su nombre y adoptó el nombre de un campesino que había sido brutalmente asesinado por las bandas conservadoras. Desde entonces se ha llamado "Manuel Marulanda Vélez". Sus enemigos le llaman "Tirofijo". Hace más de cincuenta años está dirigiendo la lucha armada de su organización, que hoy se llama "Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia" (FARC).

Manuel Marulanda Vélez, "Tirofijo"
fundador de las FARC.
Fotografía tomada en 1964.

Lo han dado por muerto centenares de veces. Su organización es considerada "terrorista" por algunos países y gobiernos, temida y a veces odiada por quienes no comparten sus ideas y sus métodos. Pero es un hecho que él y sus combatientes mostraron, en medio del horror del genocidio organizado por los partidos tradicionales, una posibilidad de lucha armada en defensa del pueblo trabajador.

Los guerrilleros liberales Guadalupe Salcedo
(primer plano) y Dumar Aljure (con sombrero)
En los Llanos Orientales. Foto tomada
en 1954, durante las negociaciones de paz.
(Foto de Carlos Caicedo).
También en el interior de la guerrilla liberal comenzaron a soplar vientos populares. Como ya he indicado, en los Llanos Orientales se organizó una república independiente defendida por las tropas irregulares de Guadalupe Salcedo, el más grande de los jefes guerrilleros del partido liberal, tanto por sus geniales condiciones de combatiente y estratega como por sus condiciones de líder político. La figura de Salcedo evoca la de Emiliano Zapata en México, aunque la distancia en el tiempo sea tan larga.
Muy pronto comenzaron a surgir otros jefes que escapaban a las directivas de la oligarquía liberal y comenzaban a hacer la guerra en el interés del pueblo.
Eliseo Fajardo, Dumar Aljure y muchos otros comenzaron a darle otra fisonomía a la violencia colombiana. Por primera vez en nuestra historia la violencia parecía tener algún sentido que no fuera el odio y la venganza. Por primera vez en nuestra historia se estaban creando bases de poder popular.
Fue entonces cuando se unieron los grandes oligarcas liberales y conservadores y decretaron que la violencia era "mala". Fue entonces cuando llamaron a las puertas de los cuarteles y le pidieron al comandante en jefe del ejército, general Gustavo Rojas Pinilla, que diera un golpe de estado ("Golpe de Opinión" le llamaron ellos). Las clases dominantes comenzaban a perder el control sobre su violencia. Era necesario restablecer el orden oligárquico.

Los expresidentes Alfonso López
Pumarejo (liberal) y Mariano Ospina Pérez
(conservador), festejan al presidente de facto,
general Rojas Pinilla.
Y a pesar de que Rojas Pinilla no quería y vacilaba, porque en Colombia las oligarquías no han dado casi nunca permiso para estas cosas, lo obligaron a deponer al presidente y a asumir el mando con un plan de "reconciliación" y Pacificación Nacional: "La Patria por Encima de los Partidos".
Y así fue cómo nos decretaron la paz.



Paz y reconciliación
Guerrilleros de los llanos, en formación, cuando entregaron sus armas (1955). Fotografías como ésta se usaron después para cazar y exterminar a los ex combatientes.
El presidente de facto, general Rojas Pinilla, implementó la paz. Los guerrilleros liberales y conservadores que entregaron las armas fueron asesinados cuando no aceptaron trabajar para la policía o las fuerzas de seguridad. Otros, que quisieron mantenerse inactivos pero vigilantes en sus cuarteles, fueron sorprendidos durante el sueño y ametrallados por el ejército. Las fuerzas campesinas de autodefensa organizadas por Marulanda se mantuvieron alertas, sin acogerse al plan de paz, y esto les salvó la vida a ellos y a muchos campesinos. Este dato debe tenerse en cuenta hoy, cuando el gobierno invita a esos guerrilleros veteranos a firmar la paz.

"Sangre Negra" (izquierda)
y "Tarzán" (derecha), dos de
los más feroces bandoleros
del fin de la violencia.
Muchos otros guerrilleros liberales y conservadores se volvieron bandoleros. Como ha ocurrido siempre en todos los períodos de paz, después de las guerras civiles, asistimos entonces a la descomposición de la violencia política, a la bandolerización de los hombres en armas. Esta es otra de las constantes de la historia colombiana. La figura del bandolero está siempre presente en los períodos de "paz", que no son, en Colombia, sino períodos de preparación de la guerra siguiente. Las jefaturas políticas dejan a los desmovilizados, después de cada guerra, a su propio arbitrio. Individuos del pueblo que son empujados a la guerra por los intereses oligárquicos, y que luego quedan abandonados a su suerte una vez terminada la contienda, sufren el desarraigo y la incapacidad de reintegrarse a la vida civil.
Después de las guerras se libran las postguerras: los ajustes de cuentas, los robos, el saqueo, el despojo de propiedades y de tierras, etc. Quienes no pueden reintegrarse a la vida civil se dedican al bandolerismo y constituyen las tropas de reserva para la próxima guerra.
La violencia se encendió otra vez, con ferocidad inaudita, pero oficialmente reinaba la paz. Los bandoleros adoptaron nombres de miedo (Capitán Veneno, Chispas, El Tigre, Sangre Negra, Desquite, Alma Negra, Zarpazo, Capitán Venganza) y sembraron el terror por todas las comarcas del país. Uno a otro fueron cayendo, en cacerías que costaban la vida a civiles de toda condición y edad.

"Desquite" (izquierda)
y "Chispas" (derecha).
Sus cuadrillas
sembraron el terror
en los territorios
del Tolima y
el viejo Caldas,
entre 1956 y 1963.
Una de esas cacerías ha quedado en la memoria de los colombianos como prueba patente de la eficacia del ejército nacional. El legendario guerrillero Efraín González, conservador, se mantuvo fuera de la ley durante años y fueron necesarios más de mil soldados para cazarlo en el centro de Bogotá, en una persecución que duró varias horas.

En los alrededores de la Plaza de los Mártires, la artillería
se preparó para la batalla final contra Efraín González.
Se destruyeron edificios y se utilizó artillería para eliminar a un bandido fugitivo armado con una pistola. Después de la batalla de Boyacá, que selló la independencia del país en 1819, no se había visto tanto heroísmo. Entretanto, en las esferas de la "alta política", el presidente de facto había comenzado a creer que podía decidir sin consultar con sus amos, los jefes de la oligarquía liberal-conservadora. Bastó un paro nacional de diez horas, ordenado desde los medios de comunicación de los partidos tradicionales, para echarlo en 1957. Cuando, trece años más tarde, ganó las elecciones por mayoría indiscutible, hubo un apagón de dos horas en todo el país, se perdieron los votos y cuando volvió la electricidad había ganado el otro candidato. Colombia es el único país del planeta donde más de cien centrales eléctricas independientes entre sí sufren un apagón simultáneo en el momento en que un candidato de la oposición está ganando la elección. Hubo pueblos de cinco mil habitantes donde el candidato liberal-conservador obtuvo ocho mil votos. Colombia es el único país del planeta donde votan los muertos, los perros, los gatos y los que no han nacido todavía


La violencia en Colombia (IV)

En esta cuarta (y última) parte he intentado esbozar algunos de los elementos que caracterizan la violencia colombiana de nuestros días. No ignoro que son muchos los aspectos que deberían tratarse con más detenimiento y que muchas de mis opiniones son discutibles, por decir lo menos. Me parece oportuno reiterar ahora, por lo tanto, mi esperanza de que este trabajo estimule una discusión abierta, franca, fraternal y constructiva.



Las mafias
Este capítulo debería llamarse "la época del Frente Nacional", pero el título de "Las mafias" le viene mejor. Fue precisamente por estos años que comenzaron a actuar las primeras mafias organizadas: las de los esmeralderos. Colombia es el segundo productor de esmeraldas del mundo. En torno a los basureros de las minas, bajo control del ejército, comenzó la actividad de robos en gran escala. pronto hubo más delitos, más dólares y más violencia en las regiones esmeralderas. Políticos corruptos compraban y vendían cargos de auditores en las minas, para negociar con las mafias y favorecer el comercio clandestino. Más violencia. Más arbitrariedad. Más corrupción.
La otra mafia fue la de la política. Después de siglo y medio de guerras civiles, el partido liberal y el conservador se pusieron de acuerdo para alternarse en el poder durante 16 años, manteniendo la paz por arriba para impedir que el pueblo hiciera su propia guerra. De esta época data la "Guerra Sucia" en Colombia, pues fue preciso comenzar a matar, hacer desaparecer, intimidar e eliminar por diferentes medios a dirigentes estudiantiles, sindicales, campesinos, políticos de oposición, etc.
El Frente Nacional gobernó casi ininterrumpidamente con Estado de Sitio, y los gobiernos que le han sucedido lo siguen haciendo. La represión, con los años, se ha convertido en una rutina implacable. En un país donde la pena de muerte no existe, los allanamientos practicados por las fuerzas de policía y del ejército siempre terminan con el mismo saldo: familias enteras son exterminadas y luego se pone el rótulo de "guerrillero" a cada muerto, incluyendo a los bebés. A partir del Frente Nacional, el estado colombiano se erige como un Estado Terrorista, independientemente de la buena o mala voluntad del presidente de turno.
Al amparo de estas políticas represivas nacieron las mafias de la marihuana, primero, y de la cocaína, más tarde. Son, originalmente capitales de políticos regionales que se invierten en este negocio, con la anuencia o la complacencia del poder central. Cuando estas mafias comienzan a desarrollar sus propias violencias, y especialmente cuando entran en conflictos con los Estados Unidos, entonces los grandes políticos liberales y conservadores reaccionan e intentan reprimir estas actividades. Pero ya es tarde. Desde 1958 han recibido regalos, dineros, caballos de carreras, automóviles, invitaciones y zalamerías de los peores mafiosos del país. Comparten con ellos acciones en las grandes empresas. Reciben sus contribuciones en las campañas electorales. En muchas regiones del país, dependen por entero de las mafias. El círculo se ha cerrado.
Las mafias han desarrollado y "modernizado" la escuela tradicional de la violencia en Colombia. Además de los métodos de tortura y exterminio que los partidos tradicionales perfeccionaron durante casi dos siglos de guerras civiles y asonadas anticonstitucionales, las mafias han introducido los atentados en gran escala, los asesinatos sistemáticos de jueces y periodistas, los descuartizamientos con sierra mecánica y otros avances técnicos similares.
La expansión de la actividad mafiosa no solamente ha significado una ampliación de los territorios de la violencia en Colombia en las cuatro últimas décadas del siglo. Además, y esto es lo más grave, ha significado una descomposición general de la sociedad colombiana. Los dineros de la mafia, sus métodos y su política de corrupción han penetrado en las instituciones, en los partidos políticos, en todos los estamentos sociales, en las fuerzas militares y policiales e incluso en los movimientos llamados "revolucionarios", como mencionaré más adelante.
Las mafias han sabido aprovechar en su beneficio el tradicional "clientelismo" de la política colombiana. Se han apoderado de puntos claves en la estructura gamonalista y caciquista de los partidos políticos. Han logrado intimidar, neutralizar, corromper, sobornar o simplemente convertir en socios de sus fechorías a magistrados, ministros, mandatarios, jefes civiles y militares.
Una parte importante del país ha respondido a este desafío con valor y coraje civil. La respuesta de las fuerzas de la corrupción ha sido implacable: centenares de jueces, periodistas, políticos honestos, han sido asesinados brutalmente. Debe constatarse que a pesar de esto, muchos colombianos continúan sosteniendo con dignidad y valor sus posiciones en contra de la corrupción, el clientelismo político y la penetración de las mafias en las instituciones del país.



La era de las guerrillas
Durante el Frente Nacional nacieron también las guerrillas revolucionarias. El impacto de la Revolución Cubana, el sacudimiento de la polémica chino-soviética, el auge de los movimientos africanos de liberación nacional, todo ello influyó para el desarrollo de diversos grupos guerrilleros de diferentes tendencias y orientaciones. De esa variedad de grupos se mantienen hoy en actividad las FARC, ya mencionadas, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), un sector del maoísmo y otros grupos muy pequeños. Han participado en la "Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar", aunque la intensa actividad de las FARC en los últimos años ha dejado un poco atrás a los otros grupos. Las FARC crecen, se expanden y multiplican sus acciones.
El endurecimiento y la expansión de la confrontación militar en el país ha conducido, en los últimos dos decenios, a un empeoramiento muy notable de las condiciones de vida de la población civil. De hecho, algunos sectores guerrilleros y ciertas fuerzas paramilitares han acuñado el concepto macabro de que "no existe población civil" y sobre la base de que "todos estamos metidos en esta guerra" se ejecutan masacres horrendas contra campesinos desarmados, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Acosada por la presión del ejército regular, de las guerrillas y de los paramilitares, la población civil busca refugio en nuevos territorios (se "desplaza") y hasta allí llegan también toda clase de parásitos y criminales (desde leguleyos sin escrúpulos hasta chantajistas y ladrones vulgares) que se aprovechan de todas las formas posibles de la tragedia de los desplazados y los despojan de sus últimos recursos.
Ha sido precisamente esta evolución dolorosa del trato a que se somete en Colombia a la población desarmada, no combatiente, pacífica, lo que ha puesto en descubierto la escandalosa descomposición ideológica y moral de las guerrillas llamadas "revolucionarias". Fuerzas que un día nacieron para cambiar la suerte oprobiosa del pueblo de Colombia y para garantizar el establecimiento de una sociedad más justa, se han convertido en verdaderos ejércitos de matarifes, que no vacilan en sacrificar campesinos y trabajadores inermes, niños y ancianos, sin más objeto que hacer alardes criminales de fuerza en el sangriento escenario de la política nacional.
Ya en la década de los setenta habían comenzado a evidenciarse ciertas tendencias en esa dirección, en el interior de algunos grupos guerrilleros. Algunas de esas organizaciones realizaban ejecuciones sumarias (asesinatos) de sus propios cuadros políticos que caían en desgracia o eran considerados "traidores" por otros jefes o fracciones rivales. Así fueron asesinados ex-guerrilleros, dirigentes sindicales, campesinos, estudiantes y abogados en plena calle, a las puertas de un comité cívico o a la entrada de sus domicilios. Pocos fueron los que se atrevieron, en aquel período, a condenar abiertamente esta sucia política de "ajustes de cuentas", ajena por completo a cualquier moral.
El incremento desmesurado de las operaciones de secuestros para financiar los gastos de la "revolución" condujo a otro proceso de descomposición moral e ideológica. En ciertas organizaciones se ascendía de rango según la cantidad de millones que se produjeran, por la vía de secuestros o de otras operaciones "económicas". Poco a poco, la estrategia de poder iba dando paso a la estrategia del billete: ya no importaba decidir cuánto dinero se necesitaba para sostener una escuela o defender un espacio político. Lo que importaba era conseguir dinero, mucho dinero y mucho más dinero.
Paralelamente con este proceso de descomposición política, las guerrillas activas del país han ido multiplicando sus nexos y vínculos con otros actores de la tragedia nacional: con las mafias, a través de compartir territorios y un campesinado que depende en parte de la economía del narcotráfico y en parte de las fuerzas militares de la guerrilla, cuando no tiene que sufrir la horrible crueldad de los paramilitares y la arrogancia brutal del ejército nacional; con las pandillas profesionales de secuestradores, que capturan sus víctimas en las ciudades o en regiones suburbanas y luego las transfieren o "negocian" con fuerzas organizadas capaces de soportar una larga negociación con los familiares del secuestrado; con ciertas empresas extranjeras, que pagan gustosas un "boleteo" a la guerrilla porque pueden falsificar sus facturas y eludir el pago de impuestos en sus países de origen (conocemos algún "revolucionario exiliado" que recibe estipendio mensual de organizaciones empresariales que tienen inversiones en Colombia).
Todo esto, y mucho más, conduce a una situación verdaderamente paradójica en las zonas de violencia en Colombia: la guerrilla crece en fuerza militar, en eficacia operativa, en recursos económicos, en capacidad de combate, pero cada vez tiene menos apoyo, menos simpatía y menos colaboración activa de la población civil. Esta población civil se mueve cada vez más de una manera acomodaticia: colabora con quien esté ocupando el territorio transitoriamente, pero solamente porque necesita salvar el pellejo. La violencia colombiana se ha convertido en una violencia sin causa.



El M-19
Yo quisiera hablar aquí, muy brevemente, sobre la experiencia de uno de esos grupos guerrilleros, que conozco mejor por haber sido parte de su Dirección Nacional: el Movimiento 19 de abril, M-19. Fundamos esa organización dentro de la ANAPO, movimiento populista del ex-dictador Rojas Pinilla, aunque muy pocos de nosotros éramos anapistas. En realidad, la inmensa mayoría de los fundadores del M-19 éramos marxistas y procedíamos de diferentes organizaciones. El líder máximo, Jaime Bateman, venía del Partido Comunista colombiano, así como Iván Marino Ospina, Carlos Pizarro y Alvaro Fayad. Otros procedían del EPL, maoísta. Había uno o dos ex-trotskistas. Yo venía del Partido Socialista chileno y era, por aquel entonces, entusiasta seguidor de su secretario general, Carlos Altamirano (considerado "ultra" por sus propios correligionarios). Digo todo esto para que se comprenda que nuestra organización dentro de la ANAPO estaba condenada de antemano a ser considerada un "cuerpo extraño". En efecto, pronto fuimos expulsados del movimiento anapista.
Nos unían tres cosas:
  1. La creencia de que podríamos radicalizar a las masas populares de la ANAPO y ganarlas para una política revolucionaria.
  2. La decisión de no enredarnos en disputas teóricas o relativas a la famosa polémica internacional (China, Unión Soviética, Albania, etc.), mientras no fuéramos capaces de cambiar el destino del país.
  3. La fe absoluta que teníamos en la honradez y la capacidad de dirección de Bateman, cuyo magnetismo personal era extraordinario.
Nuestro programa inicial consistía en impulsar la política de masas, la construcción de un amplio Frente de Liberación Nacional con las demás fuerzas políticas de la izquierda, el impulso a la unidad revolucionaria en todas sus manifestaciones y la preparación metódica de la guerra popular. La guerrilla era, para nosotros, apenas un detonante, un mecanismo de encendido de la revolución popular. Hicimos "propaganda armada" para ganar simpatías, pero siempre decíamos que las simpatías nada significaban si no se convertían en fuerza organizada a través de las organizaciones del pueblo.
Cometimos, sin embargo, errores tremendos. El más grave de ellos fue (y esta es una opinión exclusivamente mía, que no compromete a ningún otro miembro ni colectivo del M-19) que la organización fue cayendo en un militarismo cada vez más acentuado. Todo se volvió tarea militar. Lo único que valía algo era lo que se hacía "con los fierros". Se comenzó a despreciar abiertamente la teoría política, la educación ideológica, el trabajo de masas. Se sacó a dirigentes sindicales de su organización para que participaran en acciones militares. Se desmanteló la ANAPO SOCIALISTA, en donde participaban miles de trabajadores y campesinos que nada tenían que ver con la lucha armada, porque se consideró que esa gente pretendía tener "su" partido y esto era un peligro para "nuestra" organización. Se cayó en el triunfalismo militar. Se hizo un túnel de 80 metros para quitarle al ejército 8.000 fusiles, cuando no teníamos más de 2.000 militantes en disposición de manejar armas. Se dio un golpe tan fuerte al ejército que no tuvimos la fuerza para soportar el impacto del contragolpe. Y durante más de cinco años nos negamos a hacer la autocrítica sobre esto.
El resultado no podía ser otro que nuestra decadencia y debilidad. Nos encontramos al final del camino, derrotados por nuestro propio triunfalismo. Los líderes del movimiento tuvieron que tomar la penosa decisión de negociar la paz (por aquel entonces yo ya había dejado la organización, a causa de lo que acabo de exponer). Y esas negociaciones de paz concluyeron en que el M-19 entregó las armas casi a la fuerza, porque el gobierno de la República de Colombia no estaba muy interesado en firmar pacto alguno. Solamente la presión internacional, la presencia de la Socialdemocracia y del ex canciller Willy Brandt pudo obligar al gobierno colombiano a recibir unas armas que el M-19 ya no estaba en condiciones de manejar correctamente.
La experiencia del M-19 ha sido lamentable. Aunque se logró una nueva constitución para el país, ella no se ha implementado con eficacia. Muchos soldados guerrilleros han quedado abandonados a su suerte. Unos cuantos jefes se han quedado con los dineros de la organización, sin rendirle cuentas a nadie. Los que se acogieron a la amnistía y han ocupado cargos públicos, están su inmensa mayoría corruptos por las prebendas del poder. La gestión parlamentaria del M-19 ha sido vergonzosa. En lo personal, debo decir que yo no firmé paz alguna, que preferí el exilio a la posibilidad de una candidatura parlamentaria y que aquí estoy, sin más recursos que mi propio trabajo y sin aceptarle prebendas a nadie. Sigo creyendo que es justo luchar por el socialismo y sigo creyendo que esta lucha debe hacerse sin violar los derechos humanos.


Las bases de la violencia
He mencionado la experiencia del M-19 porque hay personas bien intencionadas que suponen que es posible algo parecido con los otros grupos guerrilleros. No, yo no creo que sea posible esta paz con las FARC, ni con el ELN. Visto desde el punto de vista de la lógica más fría, no puedo ver por qué razón las FARC estarían dispuestas a firmar la paz, cuando no están derrotadas, ni en crisis, ni tienen problemas internos de magnitud. Independientemente de lo que se pueda opinar a favor o en contra de ellos, es preciso razonar fríamente al calcular las posibilidades de negociar la paz. Si ellos tienen un programa político (no hablo aquí de una plataforma electoral, sino de una estrategia de acción política), un plan, una estrategia de poder, todas sus grandes ofensivas militares de los últimos años indicarían que lo están cumpliendo. Si no lo tienen, si son solamente super-bandoleros modernos, esas mismas ofensivas indicarían que ellos se encuentran en un momento favorable, ascendente y por lo tanto, sin el menor interés por una solución pacífica del conflicto.
Desde el punto de vista del gobierno, el ejército y los paramilitares, tampoco parece haber mucho interés por la paz. Debe tenerse en cuenta que la violencia es un buen negocio para muchos sectores y fuerzas, incluidas las grandes empresas extranjeras que invierten en Colombia. Los aumentos de costos con motivo de las fuertes medidas de seguridad y del "impuesto revolucionario" que deben pagar a las guerrillas se compensan con creces con dobles facturaciones, falsas declaraciones de impuestos y mantenimiento de bajos salarios, aunque para ello haya que asesinar a los dirigentes del sindicato local. Los paramilitares ganan enormes sumas con sus masacres, desplazando a la fuerza poblaciones enteras y concentrando la propiedad de la tierra. A esto hay que agregar la violencia del narcotráfico y la de los agentes nacionales y extranjeros que luchan contra las mafias en tierra colombiana. Hay, en suma, demasiados actores interesados en la perpetuación de la violencia como para que se pueda creer en una paz a corto plazo.



¿Hay salida para Colombia?
Pienso que en lugar de hacerse la pregunta hay que trabajar por construir una salida justa para el pueblo colombiano. La paz no es posible con injusticias sociales. Pero esto no puede significar que se acepta la violencia sin chistar. Mientras haya violencia, habrá que trabajar para que esta violencia se regularice según las normas del derecho humanitario, protegiendo a la población civil, a los no combatientes, a los niños y los ancianos.
Toda violación de los Derechos Humanos se vuelve implacablemente contra quien la comete. Quien viola los Derechos Humanos pierde autoridad moral y además termina perdiendo toda la guerra, como se vio claramente en Vietnam. Si la paz no es posible con injusticias sociales, la guerra revolucionaria tampoco es posible si se traicionan los principios.
Tampoco es posible, como se demostró claramente a comienzos de la década de 1960 con la sangrienta experiencia del MOEC (Movimiento de Obreros, Estudiantes y Campesinos), hacer ninguna revolución social en alianza con pájaros, criminales, asesinos y masacradores. Los elementos revolucionarios del MOEC creían que se podía rehabilitar a los bandoleros surgidos de la época de la Violencia (1948-54) e hicieron alianzas con ellos para hacer la "revolución social colombiana". El resultado es conocido: los elementos sanos del MOEC fueron asesinados cruelmente por sus "hermanos" bandoleros.
Construir una salida para Colombia pasa necesariamente, en mi opinión, por construir un amplio frente político que ponga en movimiento a las masas populares de Colombia. Mientras este amplio frente, generoso, unitario, solidario y disciplinado, no exista, no será posible a ninguna fuerza militar, por poderosa y fuerte que sea, hacerse cargo del poder y construir una nueva sociedad.




Carlos Vidales
Estocolmo, 1997.